En ésta ocasión les acercamos un texto autoría de Ricardo S. quien se expresó en el espacio del periodista Jorge Búsico, Periodismo-Rugby.
Con su autorización lo adjuntamos a continuación:
El amateurismo en el Rugby. Un aporte.
El debate amateur-profesional se ha instalado en el rugby argentino con mucha fuerza. En este blog se han vertido opiniones de todo tipo, muy enriquecedoras, aunque quizá se note una ausencia: qué se entiende por amateur en el rugby. Se trata de una controversia que se remonta a los orígenes del rugby organizado, a finales del siglo XIX, y que mantuvo en tensión al rugby union por más de un siglo.
En agosto de 1995 el rugby union fue el último deporte internacional de importancia en sancionar el profesionalismo. Para algunos significó un desafío indeseable a las tradiciones del juego. Para otros el cambio era inevitable, un reconocimiento tardío de la realidad del deporte moderno en general, y de la extensión en la que el dinero había impregnado al rugby.
Lo que sigue es un intento de ensayo sobre este tema. Se refiere al rugby practicado por jugadores mayores.
En 1994 la IRB organizó una comisión de trabajo encabezada por Bernard Lapasset para analizar el futuro del amateurismo. El informe “Report of the IRB Amateurism Working Party” presentado en febrero de 1995 no pudo explicar por qué el juego era amateur, y concluía:
“La documentación que ha sobrevivido a la época no deja en claro por qué la compensación económica por lucro cesante [por jugar rugby] se consideró contraria a ‘los verdaderos intereses del juego y de su espíritu’. Si el rugby fuese a ser introducido como un deporte en esta última parte del siglo, sus principios amateur serían considerados socialmente inaceptables y divisorios, difíciles de defender como una ética social o moral al juzgarse por los estándares de hoy”.
¿Cuál fue el origen y a qué se debió el establecimiento del amateurismo en el rugby, una supra-norma posterior a la fundación de la Rugby Football Union en 1871 y que buscó regirlo por encima de las propias leyes del juego?
Durante la década de 1880, la elite proveniente de los colegios públicos ingleses en los que se formaba la dirigencia del Imperio británico y que dominaba la RFU desde su fundación, construyó un cuerpo de principios morales diseñado para instruir a todos los participantes en los valores y la conducta del rugby. El principio rector fue el amateurismo, que se transformó en su mayor objetivo.
Estos principios fueron construidos en medio de la disputa política y deportiva con la Northern Rugby Football Union, que reclutaba jugadores y seguidores en la clase trabajadora del norte industrial inglés, estaba a favor de la compensación del lucro cesante a los jugadores que provenían de aquella clase social, y de las competencias con ganadores como la FA Cup de la Football Association –que le restaba público y deportistas al rugby del norte de Inglaterra. Tras una larga confrontación, en 1895 la NU se escindió de la unión madre, dando origen a una liga profesional –más tarde conocida como Rugby League- y al debilitamiento deportivo de la RFU.
La disputa no era sólo por unos chelines y unos torneos con ganadores. Era por el control del poder político y deportivo del rugby football, en el marco de las nuevas formas de organización del proletariado inglés, las primeras grandes huelgas generales y la creación del Partido Laborista. El temor de las clases altas ante esta amenaza llegó al rugby: la RFU veía una disputa a su autoridad que provenía de los jugadores y espectadores de la clase trabajadora. El ejemplo de la Football Association –creada por old-boys de colegios públicos como Eton y de las universidades de Oxford y Cambridge- que aceptó el profesionalismo y casi de inmediato perdió el control a manos de los clubes profesionales, era un antecedente reciente que debía evitarse.
En este contexto, la ética amateur de la RFU, construida como reacción a la cultura deportiva de la NU, establecía que el rugby debía jugarse sólo por el placer que otorgaba, que el esfuerzo excesivo por la victoria introducía un espíritu competitivo que transformaba la lucha simulada en una pelea en serio, mientras que el entrenamiento y la especialización degradaban el deporte al nivel de un trabajo… Se esperaba que el comportamiento de los jugadores estuviera caracterizado por “el autocontrol ante la victoria o la derrota”. Violar esta regla era considerado antideportivo, poco caballeresco. El rugby debía distinguirse por la “norma del ‘fair-play’, acompañada del énfasis en el cumplimiento voluntario de las reglas y una actitud de ‘rivalidad amistosa’ hacia los oponentes…” La adhesión a estos ideales permitía obtener el máximo de placer del juego a quienes lo practicaban.
En este contexto, la ética amateur de la RFU, construida como reacción a la cultura deportiva de la NU, establecía que el rugby debía jugarse sólo por el placer que otorgaba, que el esfuerzo excesivo por la victoria introducía un espíritu competitivo que transformaba la lucha simulada en una pelea en serio, mientras que el entrenamiento y la especialización degradaban el deporte al nivel de un trabajo… Se esperaba que el comportamiento de los jugadores estuviera caracterizado por “el autocontrol ante la victoria o la derrota”. Violar esta regla era considerado antideportivo, poco caballeresco. El rugby debía distinguirse por la “norma del ‘fair-play’, acompañada del énfasis en el cumplimiento voluntario de las reglas y una actitud de ‘rivalidad amistosa’ hacia los oponentes…” La adhesión a estos ideales permitía obtener el máximo de placer del juego a quienes lo practicaban.
La ética del juego también exigía el rechazo de la presencia masiva de espectadores “… proletarios incontrolados, abiertamente excitados, con el crecimiento del consumo de alcohol, insultos, apuestas y violencia en las gradas”. El profesionalismo era otra tendencia a ser temida y eliminada. La competencia excesiva podía atraer a jugadores profesionales, “antideportivos”, con la aparición de la violencia, el juego sucio y la trampa como recursos, porque su sostén dependía del éxito a cualquier costo.
Los líderes de la RFU no se oponían a que la clase trabajadora jugase rugby, pero los elementos constitutivos de su ideología amateur proveían un marco dentro del cual los jugadores podían ser clasificados, juzgados y, si era necesario, excluídos. El motivo de fondo era instalar un método de diferenciación social cuyo cometido era el de proteger su control político y deportivo sobre el juego y evitar que fuese dominado por las clases bajas.
El mito de Webb Ellis formó parte de la construcción de la ideología amateur: una narrativa que, al ignorar el football plebeyo original, reclamaba la invención del juego para los colegios públicos al mismo tiempo que negaba legitimidad a los clubes del Norte en sus intenciones de liderazgo. La historia de Webb Ellis otorgaba certezas y un relato fundacional en el que los old-boys podían justificar sus convicciones.
Lo notable es que el amateurismo según la RFU no definía qué era el amateurismo. El término se definía en oposición al profesionalismo. Las reglas amateur eran conocidas como ‘Rules as to Professionalism’ (‘Reglas respecto al profesionalismo’) y se extendían en la clasificación tales actos. Dejaban claro lo que el amateurismo no era, pero lo que era resultaba ambiguo, y pese al laberinto de leyes que regulaban el profesionalismo la RFU se arrogaba la última palabra: “La Unión tendrá el poder de intervenir en todos los actos que considere actos de profesionalismo que no estén específicamente previstos por las reglas…”. La posibilidad de definir los términos por encima de las reglas escritas dejaba en manos de la RFU el poder de decidir quién era amateur y quién no. Los principios de ética pura sostenidos contra la NU se atenuaban en una pragmática ética aplicada según las conveniencias. Veamos unos ejemplos:
Debido al retraso económico y cultural del principado, la Welsh Rugby Union no representaba una alternativa de poder a la RFU, que hacía la vista gorda ante las remuneraciones encubiertas y las competencias por ligas en Gales. El fin era evitar que los jugadores galeses, también reclutados en las clases trabajadoras, se vieran tentados a contratar su fuerza de trabajo deportiva con los clubes de la NU.
Un caso interesante fue el de Leicester. Se le comprobaron muchos actos de profesionalismo según las reglas escritas, pero una interpretación literal hubiese significado la expulsión del club más poderoso de los Midlands y su segura adhesión a la NU junto a una veintena de clubes que lo imitarían –entre ellos Northampton y Coventry. Ante la probabilidad de que una nueva escisión fuera su tiro de gracia, y debido a que no aplicar las reglas escritas minaría su autoridad, la RFU ignoró la evidencia y cerró el caso.
Fuera de Gran Bretaña, el amateurismo fue interpretado de una manera más laxa. El rugby fue el deporte dominante en las colonias del hemisferio sur. Proporcionaba una moral deportiva común y, a los dominios blancos –en los que debido a su composición inmigrante la división de clases no era tan radical- les daba la oportunidad de competir en un pie de igualdad con la madre patria. Lo que se esperaba de Nueva Zelanda, Australia y Sudáfrica era su adhesión, al menos nominal, a los principios del amateurismo de la metrópolis, a cambio de mutuo reconocimiento y giras. Lo que hicieran hacia adentro de sus uniones respecto al profesionalismo era privativo de sus conducciones: el Rugby League había llegado al Sur y debía limitarse el crecimiento del juego de trece.
Las mayores controversias se producían durante las giras a las Islas Británicas: con duraciones de hasta diez meses, eran verdaderos circos rodantes cuyas troupes –los jugadores- percibían compensaciones económicas que en algunos casos hasta duplicaban los ingresos anuales de los empleos que se dejaban al partir de viaje. Junto a los jugadores viajaban entrenadores, preparadores físicos, médicos y hasta responsables de controlar el ingreso de espectadores a los partidos para el posterior reparto del dinero proveniente de la venta de entradas. Los All Blacks, que con su nombre-marca, su vestimenta característica, su performance pre-partido con el haka y la expectativa de rugby desplegado habían desarrollado todo un branding que aseguraba audiencias masivas, acordaban sus presentaciones a cambio de un ingreso fijo asegurado o un porcentaje de las entradas (lo que resultase más alto), mientras la RFU seguía aplicando su ética amateur según las conveniencias.
El rugby fue llevado a Francia por Pierre de Coubertin, el impulsor de los Juegos Olímpicos modernos. Impactado por el juego que conoció en Rugby School, como reformador de la educación introdujo la enseñanza del rugby en los liceos de elite franceses, en las universidades y más tarde en la educación pública. En una sociedad que no dependía de la aprobación del Imperio, la Fédération Française de Rugby nunca abrazó el amateurismo como pretendían los británicos, para quienes el rugby galo era una presencia incómoda. Excluída del Five Nations por acusaciones de profesionalismo encubierto y brutalidad en el juego, Francia se hizo fuerte por el propio crecimiento deportivo dentro de sus fronteras y la difusión del rugby en Italia, Bélgica, Alemania y Rumania. Con la creación de la Fédération International de Rugby Amateur balanceó el peso de la International Rugby Football Board, dominada por la RFU. Cuando se hicieron las paces la FFR simuló adherir al amateurismo y la IB y la RFU simularon creerle.
¿Y qué pasó en “la colonia olvidada”? Con la fe de los conversos el rugby argentino adhirió a un amateurismo conservador de old-boys como mecanismo de reconocimiento internacional (lejos del mundo, fue una vía razonable) y también como herramienta de control de clase sobre el juego, pese a que en el país nunca existió la amenaza del rugby league (para profesionales estaba el fútbol, el deporte popular…). Quizá la amenaza fue el enfrentamiento social y político de la historia argentina del siglo XX, en el que el rugby (y todo lo que significaba el sistema de clubes de clases altas y colegios privados que lo practicaban) se cerró sobre sí mismo para mantenerse a resguardo de la irrupción popular. No faltaron razones: los incendios de las instalaciones de BACRC y CUBA por partidarios de Perón durante la última etapa de su segundo gobierno fueron hechos graves. Ni faltaron oportunidades: la suspensión por tiempo indefinido de Obras Sanitarias –acusado de profesionalismo- por la UAR en 1978, cuando el poder de la junta militar gobernante se encontraba en su apogeo, fue un golpe disciplinador para muchos.
Aún cuando en 1995 la IRB declaró “libre” el juego del rugby union, el rugby argentino continuó adhiriendo al amateurismo formal, cada vez más difícil de balancear entre el discurso ideal y la práctica real. Una práctica que ha producido –al menos en los clubes de elite de Buenos Aires y del Interior- un sistema “profesional” en muchos de los aspectos que definían al profesionalismo según los principios morales aplicados por la RFU desde 1880, salvo que los jugadores no perciben salarios de los clubes. Un sistema en el que algunos sectores se reservan el poder de decidir quién es amateur y quién no, en el que los principios de ética pura se atenúan en una pragmática ética aplicada según las conveniencias cuando se trata del reparto de ingresos por la comercialización del juego, de remuneraciones encubiertas, empleos subvencionados, derechos de imagen, pases de jugadores de clubes junior a clubes grandes, y que ante la creación del PladAR considera los ingresos económicos por primera vez declarados de unos pocos jugadores como contrarios a “los verdaderos intereses del juego y de su espíritu”. La controversia que mantuvo en tensión al rugby mundial durante más de un siglo continúa sin resolverse en nuestro país.
Si el rugby fuese a ser introducido como un deporte en la Argentina en este inicio del nuevo siglo ¿sus principios amateur no serían considerados socialmente inaceptables y divisorios, difíciles de defender como una ética social o moral al juzgarse por los estándares de hoy?
Referencias:
“Barbarians, Gentlemen and Players. A Sociological Study of the Development of Rugby Football”, por Eric Dunning y Kenneth Shread, 1979. Routledge, 2005.
“Los Pumas”, por A. Sáenz, E. Fernández Moores y A. Villegas; prólogo de Free Lance, Buenos Aires Edita, 1981.
“Report of the IRB Amateurism Working Party”, por B. Lapasset, F.C.H. McLeod, R. Fischer y V. Pugh, IRB, 1995.
“La colonia olvidada. Tres siglos de habla inglesa en la Argentina”, por Andrew Graham-Yoll, Emecé, 2000.
“Ser Puma”, por J. Búsico, A. Cloppet y A. Mamone, Planeta, 2003.
“Tackling Rugby Myths. Rugby and New Zealand Society 1854-2004, por Greg Ryan (editor), Otago Press, 2005.
Rugby’s Great Split. Class, Culture and the Origins of Rugby League Football, por Tony Collins, 1998. Routledge, 2006.
“A Game for Hoolligans. The History of Rugby Union”, por Huw Richards, Mainstream Publishing, 2007.
“The Changing Face of Rugby. The Union Game and Professionalism Since 1995”, por Greg Ryan (editor), Cambridge Scholars Publishing, 2008.
“A Social History of English Rugby Union”, por Tony Collins, Routledge, 2009.
Link: http://www.periodismo-rugby.com.ar/el-amateurismo-en-el-rugby-un-aporte/
Agradecemos al Sr. Jorge Búsico y Ricardo S. por el texto.
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