Recuerdo desde juveniles que se nos enseñó constantemente a no hablar con el referee. Se nos hablaba de esto constantemente y se nos trataba de educar todo el tiempo. Incluso había carteles por el club que decían “el árbitro siempre tiene la razón”. Por mi parte siempre me gusta usar irónicamente “el árbitro siempre tiene la razón, excepto cuando se equivoca”.
En las infantiles o juveniles si alguno discutía con el árbitro recibía un penal por hablar, entonces era muy probable que el entrenador te cambie por otro y que recibas un buen reto de parte de ellos. ¿Alguna vez te cobraron un penal por hablar? En los infantiles no tengo muchos recuerdos de los árbitros, más allá de que siempre era el padre de alguno. Ahí realmente creo que el árbitro no existía. Éramos muy chicos, lo único que nos importaba era agarrar la pelota y correr para adelante.
Después nos quedábamos contando quién había hecho los tries, quien hizo los tackles, riéndonos con los padres-entrenadores que se alegraban por cada progreso nuestro, por más mínimo que sea. Eran épocas sin problemas en las cuales nunca se nos cruzaba por la cabeza pensar quién había sido el árbitro y cómo lo había hecho.
En los juveniles la cosa empieza a cambiar. Uno crece y la mente se empieza a contaminar. Te olvidas de pensar que el rival era mejor que vos y que te superó. La humildad comienza a ser algo difícil de encontrar. Nacen las excusas. La mente se desarrolla y te traiciona poco a poco. Ahora para ser humilde hay que trabajar, hay que buscarlo, ya no está inmerso en uno como en la época de infantil. “Perdimos por el árbitro”, “el árbitro nos mató”, son frases que empiezan a sonar en la adolescencia.
No somos capaces de mirarnos para adentro, aceptar los errores propios y creemos realmente que un árbitro vino a arruinarnos la tarde, a cobrarnos todo en contra, a cobrarle al otro equipo porque le tiene simpatía. ¿Cómo puede ser que nos creamos tan importantes como para creer que un árbitro nos tiene bronca o nos quiera cobrar en contra?
Acá los entrenadores pasan a jugar un rol fundamental. Si te toca un entrenador tranquilo y muy disciplinado es una lucha constante para acercarte a la humildad y alejarte de las excusas. Si el entrenador es de los que gritan todo el tiempo de afuera, sumado a que nadie calla a los padres que también se meten y a veces ni saben las reglas, la cosa se pone fea. La contaminación crece y crece.
Cuantas veces suele pasar que el referee no asiste al partido y toca que el local se haga cargo de arbitrar. En este caso siempre existen dos tipos de referatos. El que cobra todo a favor de su equipo, el que sólo ve los penales que hacen los rivales e inclina la cancha a favor de su club. Y por otro lado tenemos al que no quiere que piensen que cobra todo a favor de su club y cobra todo a en contra; y lo querés matar. Sólo te mira a vos todo el tiempo. Recuerdo una vez escuchar a uno decir “yo no puedo referear a mi club porque le cobraría todo a favor”.
Con Hindú siempre salían partidazos en mi camada, tanto en la A como en la B. La B era todo un clásico y siempre uno de los partidos más difíciles del año. Me acuerdo que cuando venían a jugar a Belgrano se quejaban de que siempre el árbitro les robaba. Los partidos se definían por la mínima diferencia cada vez. Corría la misma suerte cuando nos tocaba ir a jugar a Torcuato, en donde por lo general ganaban ellos, y la queja venía de parte nuestra contra el referato.
Incluso en ese momento estaba dando sus primeros pasos como árbitro Francisco “Achi” Pastrana, que tenía a su hermano Benja jugando en esa camada. Mirando ahora hacia atrás, ¿cómo podemos preocuparnos tanto por el árbitro?
Con todo lo que uno tiene que mejorar y disfrutar del juego el árbitro no debería ni existir.
“Estoy a diez señor”, “¿cuánto falta señor?”, “¿hay tiempo para una más?”, “¡que la suelte señor, que la suelte!”, “se tiran de cabeza”, “es amarilla”. Si los juveniles están contaminados ni hablar de cuando llegamos al plantel superior. Acá la humildad desaparece. Empezamos a darle una importancia enorme al referee. Cada sábado a medida que se hace más tarde, más gente viene a ver los partidos. El rugby evoluciona constantemente y se cambian reglas casi todos los años, sin embargo hay jugadores como yo, e hinchas, que leímos el reglamento hace 5 años. O tal vez algunos nunca lo leyeron, simplemente aprendieron jugando.
Claramente estamos a años luz del futbol, pero sí es verdad que hoy hemos involucionado como público. Se permite gritar un poco más que hace 10 años. En algunos clubes se aplauden las amarillas, se hacen ruidos cuando alguno va a patear y se piden penales todo el tiempo. Ya son pocos los que callan a alguien cuando grita de afuera. A veces hasta se arman pequeños conflictos por alguno que quiso callar a uno y ese le contestó. También cuando algún hincha se acerca a increpar al referee después del partido y otro del mismo club lo para.
Mi club tampoco se queda atrás. Un día había un chico de 10 años llorando diciéndole a su padre, un ex jugador del club, que habíamos perdido por culpa del árbitro.
Los árbitros serán siempre las personas más débiles dentro de una cancha. Me tocó referear muchísimas veces en mi club y fuera de mi club. Si tengo que definir el estilo de cómo dirijo tengo que confesar que soy fanático del “siga siga”. Me gusta mucho la ventaja y cómo evoluciona el juego a partir de los que arriesgan con esa ventaja.
De hecho cuando juego detesto a los árbitros que todo lo ven como un penal, cada punto encuentro es un penal y el partido se torna aburridísimo para todo el mundo. Me han cobrado algunas veces penales por quejarme ante el árbitro y siempre han sido por no poder olvidarme de que el árbitro existía, no poder concentrarme en lo que tenía que hacer. Ser árbitro me ayudó mucho a ponerme en el lugar del otro y además me divertí mucho siguiendo el juego desde otro ángulo. También descubrí que es importantísimo pasar desapercibido y colaborar con el juego, entender las situaciones para ayudar a que cada equipo saque lo mejor de sí. No es nada fácil, pero es bueno tenerlo como objetivo a la hora de referear.
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