Érase una vez una compañía que invirtió tiempo y dinero en concretar sus valores y publicarlos para transmitirlos hacia fuera (el mercado) y hacia dentro (los empleados). Lo que pasa cuando uno publica sus valores es que tiene consecuencias, porque se espera que se actúe en función de esas reglas básicas que tú mismo has definido.
Uno de los valores que se promulgaban era el respeto y una de sus aplicaciones directas consistía en la importancia de la vida personal de los empleados por lo que se redactó un plan de conciliación. Así, un lunes cualquiera todo el mundo recibió en su mesa una tarjetita en la que se explicaban las distintas alternativas que tenían los empleados para conciliar su vida profesional y su vida personal.
Para haceros la historia corta, os comento que todo esto funcionó durante dos semanas. El director del departamento financiero dijo que necesitaban quedarse más tiempo para cerrar las cuentas y que su equipo no podía permitirse conciliar. Luego llegaron comités de dirección y de inversión que se convocaban a las 6:30 de la mañana para que cuadraran con las ocupadas agendas de los directivos y se vivían actitudes de decepción cuando a las 8 de la noche no había una persona en la oficina para dar cobertura a los que no conciliaban. En menos de un mes, la conciliación se fue al carajo y todo volvió a ser como antes.
Tener unos valores arraigados tiene como consecuencia tener unas convicciones firmes.
Cuando se es consciente de estas convicciones se generan unas expectativas que implican una actitud respecto al entorno que se traducen en acciones concretas. Y si nuestras acciones no están alineadas con nuestros valores... lo que es seguro es que nuestros valores no son tan sólidos. En este caso, los valores de esta compañía y de sus líderes no eran sólidos. Se los habían inventado para vender. Por un lado, vender al mercado una imagen más humana y por otro, vender a los empleados una sensibilidad que no tenían. He ido a buscar sus valores antes de pulicar este post y... ¡hasta los han eliminado de su web!
El argumento es que cualquier cambio que se pretenda realizar tiene que venir desde arriba. Se tiene que sentir la implicación especialmente desde la parte alta de la pirámide para que todo fluya hasta la base. Porque sino, el efecto es el contrario. Se genera incredulidad y se sospecha de cualquier medida, aunque sea bien intencionada, objetivamente interesante y en beneficio de todos. Se pierde la credibilidad en los valores y se extiende de manera incontrolable al resto de la actividad.
Leopoldo Abadía habla de la virtud de la meritocracia refiriéndose a los líderes que tienen la responsabilidad de gobernar o de gestionar empresas o clubes de fútbol. Dice que el comportamiento correcto es uno de los componentes del mérito que se le supone al líder, a través de su trabajo eficaz y del respeto a las personas. Y cuando define al líder lo hace diciendo:
"una vez metido en lo del mérito, yo incluiría tener una vida ejemplar, ser alguien de quien los chavales digan "yo quiero ser así de mayor".... y alguien de quien, en vez de pensar "qué andará buscando éste" se piense "mucho mérito tendrá éste para tener ese puesto"".
Echo de menos este tipo de líderes en nuestro entorno. Queremos que haya cambios a nuestro alrededor y, cuando llega la oportunidad de demostrar que nuestros valores son sólidos y están arraigados nos dejamos llevar por el corto plazo, el qué dirán, el calor del sillón y los plazos electorales. Y así, dependemos de que cualquier mejora que hagamos sea provocada por personas a pesar del sistema.
Sin embargo, también hay luces entre tanta sombra. Y cómo no, otra vez el deporte iluminando el camino. Os voy a contar otra historia (gracias Rafa por enviarla). Ésta ha ocurrido esta semana. Louis Picamoles es uno de los mejores jugadores de rugby del mundo y un indiscutible en la selección francesa. En el partido de Francia-Gales, Picamoles es amonestado por el árbitro con una tarjeta amarilla lo que implica que tiene que salir del campo. En su camino a la banda, Picamoles se mofa del árbitro aplaudiendo sarcásticamente su decisión. Al final, Francia perdió contra Gales y ahora se la juega contra Escocia en el Seis Naciones.
Este martes, el seleccionador francés Phillippe Saint-André, comunicó en rueda de prensa la lista de jugadores seleccionados para el trascendental partido contra Escocia. Sorprendió enormemente la ausencia de Picamoles. Cuando le preguntaron al respecto, declaró:
"Tras esta derrota, hemos realizado algunos cambios motivados por las lesiones pero también reaccionando a ciertas actitudes hacia los árbitros que se vieron en el campo y que no tienen cabida en nuestro deporte. El Respeto es la base de nuestros valores. Es vital enviar un mensaje a todos los jugadores que les recuerde que el privilegio de llevar esta camiseta implica una serie de deberes y de obligaciones".
Para Saint-André no es negociable sobreponer el resultado de un partido tan importante a lo que él percibe como una agresión a los valores más profundos de su deporte y de su país. Y marca el camino claro del comportamiento que se espera de cualquier jugador que quiera formar parte del equipo nacional en la competición más importante del año.
Mafalda sentaba cátedra al hablar sobre educación diciendo: "Educar es más difícil que enseñar. Para enseñar sólo necesitas saber. Pero para educar necesitas ser." Liderar cualquier cosa (equipo, compañía, país, proyecto, etc...) no es una cuestión de tener un puesto. Ni siquiera es cuestión de autoridad.
Liderar es una cuestión de ser y de comprometerse con las creencias y valores. Liderar consiste en predicar con el ejemplo y aprovechar todas las oportunidades que tenemos para hacerlo. Por eso tengo tantas esperanzas puestas en el deporte. Porque nos da la oportunidad de demostrarlo y comunicarlo a los más pequeños cada día cuando mantiene su esencia, tal y como ha hecho el seleccionador de rugby francés. Y por eso soy tan crítico con el fútbol profesional. Porque no asume su responsabilidad y malgasta esa oportunidad de manera recurrente.
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