Cada día es un desafío, cada oportunidad es un desafío, cada partido es un desafío, cada rival es un desafío.
En mi trabajo, con equipos o jugadores, siempre es una lucha de antemano tratar de cambiar la percepción acerca del rival del “próximo partido” “Es mejor que nosotros, ¡nunca le pudimos ganar", "van primeros en la tabla" "juega tal jugador!” Continuamente aparece la sombra del otro imaginario, a quien se pone en un lugar de omnipotencia y superioridad, el cual nos arrebata de antemano la posibilidad de demostrarnos mejores. Esa omnipotencia del otro nos achica, como vulgarmente se dice “arrugamos”.
¿En qué lugar ponemos al adversario, y en qué lugar nos colocamos nosotros? Más allá del rival, un equipo ganador, no es aquel que se mide con el adversario en cuanto a quien tiene más que el otro, sino en el que mide contra él mismo. En lo fácil, todos somos buenos, y es ante los grandes desafíos, donde nos medimos de verdad.
Si estamos hablando del deseo del ser humano, que busca el placer que le genera una acción bien realizada, como ser jugar bien, ganar por lo que se ha peleado. ¿De qué deseo estamos hablando? ¿Es el deseo de cada uno? En este caso, de un deseo otorgado al otro. Yo ya no me juego por lo que quiero, me pongo a jugar en el lugar que me coloca el rival, y ésto lleva irremediablemente a jugar desde ese rol de “equipo perdedor”. La causa en este último caso, es que decae la atención, ya que no estamos activados de la misma manera que cuando jugamos con un rival superior, donde se mantiene un nivel de atención mayor. Es cuando no te podes distraer ni un segundo, porque te pasan por encima.
Un equipo puede tener mucho deseo, pero si no hay motivación, si no hay voluntad, si no hay garra, me quedo en el motivo, y por mucho que arenguemos en el vestuario, no tendrá ningún valor, pues nos quedamos en las palabras sin poder bajarlo a los hechos.
Si no queremos desperdiciar los momentos previos al partido, y sacar lo positivo de ese tiempo, no necesitamos pensar en quién tenemos enfrente. Cada equipo deberá poseer su propia danza, sus propios rituales, su propia locura, su propia mística, despertando motivación y cohesión grupal, bajo el sentimiento y la seguridad de ser los mejores. El poder no se da ni se cede, se gana. Podemos ir perdiendo en alguna ocasión, pero eso no significa ser perdedores, ya que el afuera está lleno de posibilidades para quien las sabe ir a buscar.
Julia Alvarez Iguña / Psicología del Deporte.
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