Vivimos el mundial, y Argentina sale a la cancha, poniendo
en juego todas las emociones de un país. Aun mismo, aquellas personas que no
sienten tanta pasión por este deporte, vibran y gritan cuando juega Argentina,
dejando sentir todo lo que esos colores representan para el espíritu colectivo.
El mundial exalta las pasiones, siendo arrastrado por ellas
dónde cada gol provoca una catarsis emocional, entre lo deseado y lo imaginado,
lo temido y la insoportable probabilidad de una derrota.
La hinchada, son los fanáticos que mejor nos representan,
ellos son los que mediante una comunicación psicológica, le comunican al equipo
lo que están esperando, esa alegría ansiada que sólo ellos pueden brindar a
toda una Nación en pie. La
hinchada es un Yo, “es un sentimiento”, está formada por lazos afectivos
identificados con ideales proyectados en sus equipos. Es así que la hinchada le
pide a sus héroes, fortaleza, ilusión, prestigio, y el poder “pertenecer” en la
inclusión y el festejo del éxito.
Cuando nos identificamos con el grupo, con la hinchada, se
pierden los límites del yo, bajamos las defensas, transformándonos, en un solo
ser que alberga al resto, el que se contagia con toda esa locura, magia,
desenfreno por su equipo, en relación a una fantasía de un yo ideal.
Cuando
todo va bien, nos exalta la gloria, significa superioridad, y poder a nivel
simbólico.
Pero cuando el equipo pierde, aparece la soledad y el silencio. No
es fácil aceptar la derrota, surgiendo un pero, buscando un lugar donde poner
aquello no entendido, no comprendido, no esperado.
Perder
significa no pertenecer a los mejores, caer en una realidad que no se tolera,
enfrentar la burla del rival, mientras los cánticos del ganador retumban
insoportablemente en nuestro interior.
Esperemos
llegar lo más lejos posible, pero si no es así, sigamos brindando nuestro apoyo
a los que están en la arena. Un país no es mejor o peor por ganar un mundial.
Por supuesto que todos queremos subirnos al carro de la victoria, y gritar a
cuatro vientos “Vamos Argentina”, con el orgullo de esas caras pintadas de
celeste y blanca, banderas y estandartes. Pero un país demuestra su grandeza no
sólo en las buenas, sino en la actitud de saber que siempre se puede cuando hay
un pueblo que acompaña, que lucha hombro a hombro, que transpira la camiseta en
cada momento de su vida por un ideal de grandeza.
Argentina
necesita mucho más que ganar un mundial. Los partidos se ganan y se pierden,
pero la excelencia de un país va más allá de esas fronteras. El llorar o gritar
en conjunto cuando se entona el himno, el ocupar un territorio heredado con la
lucha de nuestros antepasados, de esos que llegaron a hacerse la América, al
dar todo con trabajo y sacrificio. En este momento lo mejor que podemos hacer
es acompañar con toda nuestra pasión, pero, si el resultado es adverso, no
caigamos identificándonos con un resultado. Todavía hay mucho por hacer, y
estamos para mucho más que un mundial. No nos distraigamos por un resultado.
No
somos un número, somos mucho más, y no sólo se necesita festejar en las buenas,
también hay que seguir trabajando por todo lo que está por llegar.
@IgunaJulia
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